jueves, 19 de noviembre de 2015

jueves, 5 de noviembre de 2015

La vieja del monte

La vieja del monte

En anteriores épocas, en que para viajar de la sierra a la costa se hacían largas travesías a lomo de mula, por agrestes caminos, pedregosos y polvorientos; los arrieros pasaron muchas desventuras; una de ellas se daba por los lados de JUNIN, punto del partidero donde el camino se abre a Barbacoas y Tumaco, lugares de selva tropical de cuyas marañas y espesura de busque no solamente salían insectos bravos y serpientes venenosas sino bandidos y piratas unos negros y otros indios que los asaltaban y robaban sus mercancías, cuando menos si no los dejaban maniatados o heridos de muerte.
Don Salomón Solarte, viejo poblador de Guaitarilla, carreteriano en principio, sobrestante después, del Ministerio de Obras Públicas; cuenta que “perdió un ojo” porque en esta época dura y trágica, a los campamentos llegaba en medio del croar de grandes sapos y ranas, aullidos de animales y graznidos de aves la Vieja del Monte. Que en su modo de descripción la presenta como una mujer bestial de largo cabello como si fueran crines, ojos saltones, cejas pronunciadas, boca y quijada sobresalientes y mentones y mejillas con un sin número de arrugas, flaca hasta el extremo y su “tetas” largas y desproporcionadas, que para facilitar su movimiento echaba sobre los hombros sin mayor escrúpulo.

Otros carreterianos compañeros del viejo cuentero, como pachito el “Norca” Portilla, confirmaron los hechos y dice que “la vieja atacaba también en La Guayacana, La Espriella y Candelillas, indicando que muchos obreros perdieron sus piernas por fracturas al salir huyendo del espanto y caer entre abismos quedando inválidos o muertos o ahogados


El niño auca

El niño auca

En tiempos no muy remotos las gentes de la región creían que extraños dioses gobernaban el universo, más cuando la tradición de los abuelos enseña estas historias con las recomendaciones de lo que debían hacer para adorar a las divinidades, es toda una «religión» o idolatría; el culto es indispensable hacerlo para recibir bendiciones y favores de lo contrario los dioses se enfurecían y mandaban castigos insospechados a la gente.
Los temblores dejaron solo ruinas entre las gentes, la fumarola del volcán se elevó hasta el infinito como un gigante amenazador. De sus vidas no se supo, y los que sobrevivieron recordaron el cueto de que “por infieles el galeras se ponía bravo” y pidieron perdón.
El Volcán es su dios y tenían que agradarlo y recordaron que debían ofrendarle un guagua auca, es decir un niño recién nacido y sin bautismo, el que debían botar vivo por su cráter para que este se apaciguara.

Partieron de Chaucha, los mayores con varios guaguas (bebes) entre brazos, llegaron al Guaitara, subieron el Cariaco, llegaron al GALERAS, arrojaron a sus hijos al fondo del volcán al darle sus ofrendas y como por encanto este se dejó de rugir y de temblar, se calmó porque los indios volvieron a creer en él , desde ese entonces El Galeras no ha vuelto a molestar.

El origen del río guaitara




El origen del rio guaitara

En un guaico de la región de huntallacta, habitada por familias de la población quillacenca, vivía la familia de los guitaros, aferrados a la tierra que explotaban en pequeñas parcelas y recolectaban frutos silvestres para su alimentación.[cita requerida]
Estos originaios adoradores de ídolos de la naturaleza como la ñucallacta (madre tierra) intiguasy (sol), nunca pensaron que a su región le “llegarían los malos tiempos”, siendo por entonces atacados por clanes de otras regiones de las que hacía mucho tiempo no tenían mayores datos; tal vez fue en los tiempos de la invasión inca a la región del Pilcomayo. Se llenaron de pavor cuando esto ocurrió, sintieron su mundo derrumbarse creyendo que los cencas del chota, caníbales, guerreristas crueles, descendientes de los incas de tiuantisuyo, habían llagado a exterminarlos. Al saberse de la gran cantidad de intrusos armados decidieron huir, no tuvieron tiempo para organizarse, se desparramaron por un desfiladero al Yunguita camino de Ancoya y Sandoná.[cita requerida]
Fueron perseguidos, apresados, obligados a trabajar la tierra como esclavos, subyugada su libertad y tranquilidad. Entre los prisioneros cayó su cacique Guaitara, que se decía era un hombre gran trabajador, rudo pero insigne defensor de su pueblo.[cita requerida]
EL Guaitara, rendido y humillado por los implacables incas, mantenía la mirada vaga hacia el Sol, le vieron triste y que su vida se apagaba lentamente, las noches se le volvían negras, nubladas y lluviosas lo que lo llevó a profunda tristeza, lo embargó la impotencia al no poder defender a su pueblo, lloraba de manera incansable y copiosa sin que los suyos pudieran hacer algo para rescatarlo, no contó con la piedad de los invasores que se dedicaron a colonizar sus tierras.[cita requerida]
En el lugar de cautiverio su llanto era tan profuso que de sus ojos salían riachuelos que al juntarse sobre su colérico y agitado pecho formaron un río que bajó como fuente inagotable, rugiente y tormentosa como clamando venganza.[cita requerida]
Ese río es el mismo Guaitara, cuyo caudal se creció como en temporal de invierno. Río en el que la propia mirada del indio se desvaneció sin esperanzas, su cuerpo languideció, perdió las energías y se dejó llevar en sus propias aguas hasta llegar al Pilcomayo donde formó un remolino que lo impulsa hasta el mar donde logró ganar su libertad para nunca más volver. Los guerreros incas invasores jamás lo volvieron a encontrar.[cita requerida]

Esta rebeldía parece ser la que lleva años después a que sus descendientes GUAYROS, (indios de Guaitarilla) reconocidos por su espíritu indómito afloraran un 18 de mayo, todo ese caudal de rebeldía liderados por Francisca Aucu y Manuela Cambal, para protestar contra los extraños Clavijo.

jueves, 29 de octubre de 2015

El carro de la otra vida



El carro de la otra vida

Aquí en nuestro corregimiento de Santander en 1968, cuando todavía no existía la energía, contaba mi papa francisco que casi se lo llevan los diablos.
Cuando yo era pequeño mi papa francisco me contó de su anécdota, de haber mirado el carro de la otra vida. Mi papa me decía: “no andarás de noche porque es malo, llegaras rápido a la casa”.
En aquel tiempo yo vivía en san Juan chico, y a mi papa le gustaba andar en la noche.
En esa ocasión mi papa se encontraba en esta vereda de Santander siendo las 11:00pm, cuando el miro que brillaba una luz en la vereda de las Huacas y él pensó que era un carro de esta vida sin saber que era de la otra, y en un instante esa luz apareció donde la familia Bonilla, mi papa quedo asombrado de su inmensa rapidez y pensó que era un buen chófer  Otra cosa que lo asombro fue que era un carro pequeño ya que en ese entonces solo existían dos buses grandes que pertenecían al señor Manuel Bravo, semejantes a los buses de don Hipólito palacios.
Me contó que el carro se iba acercando cada vez más, estaban a una distancia de cien metros y desde allí pudo observar lo misterioso, cuando miro en este carro había un solo bombillo y adentro varias calaveras eso paso como un viento y al llegar a donde la señora Aura Flores, este carro dio cambio y se fue por la cuesta sin haber carretera dirigiéndose hacia donde el señor Julio Inguinal.
En la misma noche, había estado un señor en la planta de energía donde vivía mi tío Hermiseno y este señor había dicho que lo miro al carro y que en un momento ya había aparecido es Puerres y que las calaveras se iban quejando peor que enfermos.
Hubo otra oportunidad que mi papa lo había vuelto a mirar, cuando él estaba en la planta de energía, allí solo habían callejones, pero  esta vez él ya sabía lo que era, se asustó y observo que tenía luces rojas y muy brillantes y andaba muy rápido por donde no existía carretera.

Mi papa me contó que se había corrido a una casa para poder favorecerse ya que este carro se lo quería llevar, y en el terreno por donde el pasaba habían unos terneros y el del susto se escondió en medio de ellos, los terneros asustados saltaban quebraron las estacas, y estas huyeron hacer daño a una huerta de maíz a mi papa lo acabaron de golpear, hasta que huyo y llego a una casa y al golpear salió una señora, mi papa le contó lo sucedido y le pidió posada e informándole también que los  terneros estaban haciendo daño en el maíz, ella le dijo que por ningún motivo salía.


El carro fantasma

El carro fantasma

Mito o leyenda: El carro fantasma
Lugar: Ipiales Nariño.
Quien: Ofelia gil
Narración:
Cierto día se encontraba un reconocido señor del pueblo en las afueras del municipio esperando poder transportarse siendo muy demorada la espera después de mucho rato apareció el carro y el le coloco la mano para que lo llevara en el carro paro t se monto llevaba un trayecto largo y cuando el miro al conductor del carro nadie llevaba el volante manejándolo este señor entro en sho se desmayo y despertó en el hospital sin saber que había pasado esa noche.
Lugares: los naranjos. Frontino, uramita, dabeiba, y en barias carreteras principales.
Países: México, Venezuela, Colombia


El hombre, quien se dedicaba a la agricultura, presentaba trauma craneoencefálico severo y múltiples laceraciones en su cuerpo. Su deceso se produjo la noche del martes en el centro hospitalario. "Mi papá lo encontró a un lado de la vía como a las nueve de la mañana del lunes, al parecer él había salido desde el domingo de la casa sin saber para donde se dirigía ni nada", manifestó Nilson Calderón, hermano de la víctima. Calderón Pérez era soltero y residía en la finca El Aguacate, de la vereda La Planta, jurisdicción del municipio de Guadalupe. Sus familiares decidieron donar los órganos del joven para beneficiar a pacientes que están a la espera de un trasplante. "Los médicos nos hablaron sobre la donación de órganos y decidimos donar los riñones de Fabián, el procedimiento lo realizaron a la media noche del martes", agregó el familiar. Ayer en horas de la tarde fue trasladado hasta el municipio de Guadalupe por empleados de la funeraria La Paz. Hoy en horas de la tarde se cumplirán sus exequias en el cementerio local de la población. En otros hechos .En el Hospital Universitario de Neiva, falleció sobre las tres de la madrugada de ayer, Robinson Castillo Bastidas, producto de las heridas producidas en un accidente de tránsito. El accidente se presentó en horas de la tarde del martes, sobre la vía nacional que conduce del municipio de ipiales a Campo alegre, cuando una camioneta que transportaba trabajadores de una petrolera, se accidentó de forma aparatosa dejando gravemente herido a Castillo. Según el parte médico, el joven que era auxiliar de producción, presentaba trauma craneoencefálico severo, herida abierta en región frontal y laceraciones de consideración en el brazo derecho.



jueves, 22 de octubre de 2015

La vieja de la bandera negra


Entre la mañana espesa que bordea el peñasco del Guaitara, entre los poblados de Bombona, el Yunguita, Ales y El Cid, no se deja de respirar el olor a tierra fresca y flores nativas, se oye el zumbido de los abejones, el croar de los sapos y el rechinar de los árboles.


No es menos cierto que se evidencia un ventarrón muy gélido, que por esos parajes se siente y cree el vecindario que cuando la borrasca se siente un extraño personaje de las noches oscuras llega, dicen los aldeanos que la han visto que es la Bruja de la Bandera Negra. Sale a ondear y flamear su bandera, es entonces cuando el viento se pone acelerado y ruge sin cesar, tan fuerte como un ciclón que arrasa los techos de las casas pajizas, el mayor temor es que los encuentre dormidos porque con fiereza empuja las puertas como queriendo entrar y se afirma se ha llevado a algunos. La gente asustada se levanta a rezar

El duende

El duende:
Ser descrito como un pequeño hombrecito, regordete y jovial; siempre pícaro, atractivo, astuto, sencillo y juguetón.
Vive errante entre cañones y cascadas; muchos son los que lo han visto entre las chorreras, donde canta y baila al son de guitarras y tambores, en la espesura de los montes cambiando lamentos y ay ay a yayayes.
Viste pantalón corto y andrajoso, sus rodillas rotas y nalgas parchaditas, usa un sacón de grandes bolsillos donde guarda pan; su cabeza la tapa con un chuta (sombrero) muy grande que apenas deja ver sus vivaces ojos.


Conocido como "El duende", este ser se burla de los grandes, en las horas de oscura na entra en sus casas espanta las gallinas, asusta a los perros y deja caer tierra entre las mesas y platos, los asusta en el camino real solo por reírse de verlos correr despavoridos

La Cocha



El cacique Pucara (Fortaleza) enamorado como estaba de la princesa Tamia (Lluvia de Estrellas), logró por fin conquistarla y formar con ella un lindo hogar donde nacieron tres preciosos párvulos: Chasca (Lucero), Coyllur (Estrella) y Waira (Viento). Los cinco vivían muy felices en ese valle de los Andes que albergaba a siete descollantes ciudades, según testimonio tradicional de los viejos pobladores del sector.

El pintoresco lugar contaba con toda una infinidad de productos del agro y animales para la caza y la pesca; era un paraíso sin par, dotado de ríos y pequeños manantiales que irrigaban de manera placentera las parcelas. En él reinaba la armonía y convivencia entre sus pobladores.

El cacique Pucara, hombre de recia formación, corpulento, de facciones varoniles atractivas, trabajaba incesantemente para mantener con buenos propósitos el porvenir de los suyos y el bienestar en general de su comunidad. La princesa Tamia, joven mujer de cabello negro, liso, con cara de dulzura, de mirada arisca y picaresca, presentaba un lindo cuerpo que ni remotamente figuraba señal alguna de ser madre de tres preciosas criaturas; era la armonía sensitiva de la belleza y juventud de la región con cierta expresividad que a todos encantaba cuando de paso recorría el valle.

El cacique Pucara y la princesa Tamia solían pasear por entre las siete florecientes ciudades de aquel valle y sin lugar a duda despertaban más de una envidia en medio de aquel mundo de convivencia y suprema abundancia. Él, dotado como era de poder y riqueza miraba con altivez y orgullo el despertar de los demás hombres ante su bella esposa, la sabía y la sentía hermosa. Ella, conociendo la debilidad que despertaba entre los hombres, segura de su esposo, coqueteaba con su pelo liso entre sus manos, jugando con la mirada cuando se sentía admirada con donaire.

No podía faltar en tanta singular armonía la presencia de maldad y envidia, y así fue que durante una de las fiestas del Inti Raymi (Baile del Sol), cuando ya los niños de Tamia podían desenvolverse por sí solos, Pucara invitó y llevó a su esposa a una de las siete ciudades donde celebraban las fastuosas fiestas en honor del dios Sol (Inti), allí se divirtieron con toda la pompa que deparaba la ocasión. Pucara conoció nuevos amigos al igual que lo hizo Tamia.

Munani (el amante), bailarín, danzante principal de la comparsa del festejo popular, impresionó grandemente al público en general pero de manera particular dejó caer su gracia y su encanto en la princesa Tamia. Pidió permiso el danzarín Munani, al gran Pucara, para bailar con la princesa Tamia y concedido éste no tuvo reparo alguno, se dio sus mañas y dio con el oído de Tamia para decirle cuanta impresión le había causado mirar sus ojos oscuros, su fino cabello lacio y el negro de sus pestañas. Tamia sonrió, agradeció el cumplido, miró buscando entre la gente a Pucara, al no encontrarlo, susurró algo al oído del danzante Munani. Este se alegró y agradeció a la vez a la princesa Tamia, sonriendo también de manera sutil, apretó con disimulo su mano y terminado el baile llegó hasta donde el gran Pucara, entregó en sus manos a Tamia, la miró sonriente y retirose agradecido.

Para la princesa Tamia los días a partir de aquella fiesta no fueron los mismos, pensaba en el danzante Munani, en sus palabras, en su baile, en su gracia, en todo él. Sintió que sin saber porqué su vida volvía a renacer, mirando a sus hijos los vio ya crecidos, autónomos, independientes, trabajaban por sí solos. Un día, cuando Pucara no se encontraba en casa, llegó Munani a buscar a Tamia, ésta salió y regocijada atendió al danzante, quien definitivamente había impactado en su corazón. No tuvo reparo en contar sus cuitas, siendo absolutamente correspondida por Munani, quien de igual manera se confesó ante Tamia. Besos y abrazos se dieron los nuevos amantes. Concertando citas a partir del momento, acordaron un día romper con su silencio y declararse públicamente ante el conglomerado. Conocido el suceso, Pucara se entristeció, acabó con su liderazgo y no queriendo estorbar en el camino de los nuevos amantes se fue a la montaña con sus tres hijos y comenzó a criar y cuidar tábanos.

Tamia y Munani comenzaron a deambular sin restricción alguna por entre las siete ciudades, se entregaron al amor y jolgorio sin ninguna reputación, situación que escandalizó a la comunidad entera, obligando a las gentes a prohibir expresamente prestar cualquier clase de servicio a los nuevos amantes. Un día, golpeando de puerta en puerta pedían se les regalase un pilche (totuma o mate) con agua, nadie respondía a su llamado hasta cuando se encontraron con un niño, a quien engañaron con la entrega de un pedazo de pan, logrando  el pilche con agua. Los dos enamorados, amancebados según el decir de las gentes del sector, se acostaron para hacer el amor en un potrero cercano y dejando el pilche con agua a sus pies, en el clímax de su emoción, el hombre lo y regó el agua.

Quedándose dormido boca arriba no se percató que el agua derramada del pilche comenzaba a crecer y crecer de manera exorbitante hasta que prácticamente lo estaba ahogando; en ese momento, llegó un tábano, de los que Pucara criaba y cuidaba con sus  tres hijos, le picó en la nalga y lo hizo vomitar abundante agua por la boca y nariz. De tal magnitud fue su caudal que rápidamente inundó la totalidad del valle quedando bajo el agua las siete ciudades. Un sonido de campana fue lo último que se escuchó sobre ese sector que hoy conocemos como el Lago Guamuez o Laguna de La Cocha. Pucara, que absorto y entristecido observaba desde la montaña con sus hijos el encantamiento del lugar, lloró tristemente su desgracia, se acogió cariñosamente a sus tres párvulos y se quedó petrificado para siempre en la montaña que lleva el nombre del insecto que pico la nalga de su rival, !El Tábano! Pucara, sus tres hijos y la mascota se observan con claridad en la magnitud de la montaña del Tábano, y cuenta la tradición popular que cuando Pucara recuerda la traición de Tamia con Munami, llora tristemente en medio de rayos y centellas y sus lágrimas aumentan el caudal de la laguna, causando grandes estragos a los pobladores de las orillas de La Cocha.


Dice también la tradición popular que en la tarde del viernes santo, luego de la muerte de Cristo, se escucha el dong, dong de una campana, y hay quienes han visto navegando alrededor de La Corota un bulto de totora a manera de balsa que lleva en su interior un mate o pilche, un peine y una gallina clueca con sus polluelos, los cuales de ser recogidos, desencantarían La Cocha y volverían a surgir las siete ciudades florecientes que se encuentran en el fondo de la laguna encantada en espera de su próximo salvador.

El Padre Descabezado

Carlos Alberto, miró de reojo su reloj y precipitadamente se levantó del mullido sillón donde libaba unos tragos en compañía de una grata y concupiscente mujer, tomó su abrigo y salió a la calle, ya bajo el umbral de la puerta miró a uno y a otro lado de la oscura calle, nada o casi nada observó en medio de la tenue luz del deficiente alumbrado público del sector. Se levantó las solapas del sobretodo para cubrirse un poco de la heladez de aquella noche y comenzó a caminar pausadamente hacia la parte baja y central de la ciudad.

Su sombra se proyectó sobre la fría pulidez de la grisácea piedra que a manera de irregular tablero de ajedrez servía de andén en la estrecha calle. Observó, entonces, cuán flaca era su contextura al contrastar la delgada cabeza proyectada con la holgura de su gabán oscuro, hizo un ademán con una de sus manos y miró igualmente como la sutilez de su mano contrastaba con la ancha manga del sobretodo. Sonrío para sus adentros y miró nuevamente la hora en el reloj. ¡Caramba! ¡Cómo pasa el tiempo!! Son cerca de las doce! meditó en su pensamiento y continúo calle abajo sin observar movimiento alguno a su alrededor.

Su escuálida figura, de hombre alto, con un gabán oscuro, ancho, se agigantaba y achicaba a la vez sobre la sombra proyectada por la tenue luz de las bombillas del alumbrado público. Habían pasado unas cuantas horas con aquella grata compañía de la concupiscente mujer y ya era tiempo de regresar a casa para descansar holgadamente bajo el techo de su propio hogar. El licor que consumió sirvió únicamente para deleitar la palabra, para amenizar el momento de aquel amor furtivo, no había embriaguez en su cabeza ni mucho menos, los estragos tambaleantes del beodo, apenas daban pauta para aplacar el frío de la oscura noche sobre la estrecha callejuela.

Sintió de pronto un ruido salido entre las sombras y vio cruzar delante de él un pequeño montículo fugaz que al llegar al lugar titilante de la tenue luz pudo distinguir que era un gato, cuando sus ojos fulgurantes se clavaron en los de él y lanzó un maullido que estremeció a Carlos Alberto por lo inesperado del momento. Pasado el susto, cruzó la primera calle y miró hacia el frente, observó a distancia las cúpulas de la Iglesia de Santiago, templo románico-toscano de construcción moderna pero con cierta caracterización de recogimiento y de respeto. Pensó cambiar de ruta por un inesperado presentimiento, sin embargo desistió la idea y continúo a paso moderado su camino.
Se acordó de cuentos y leyendas que escuchara un día, cuando aún niño, inocente de las realidades de la vida, se dejaba ilusionar por las frases expresivas de la abuela al escuchar de sus labios narraciones de terror, de espanto o de míticos jolgorios que amenizaban las reuniones de familia. Miró de manera prevenida hacia atrás para poder observar con más detenimiento el paso del gato. Recordó que al respecto había muchos agüeros y trató en su mente de captar el verdadero color del pequeño felino, no sabía que responderse así mismo: ¿Era negro? ¿O, era pardo? No sabría precisar. Sintió de pronto un no se qué, que le obligaba a sacar un cigarrillo para encenderlo y proceder a fumar. Buscó entre sus bolsillos una cerilla y procedió a encender el cigarrillo. Al hacerlo, cuando la llama flameaba tratando de prender el cigarrillo, sus ojos se quedaron fijos mirando hacia la iglesia de Santiago donde en medio de la penumbra parecía desdibujarse una sombra que a manera de bulto indescriptible se asomaba a la tenue luz de los faroles del contorno de la plazoleta que da marco al templo Capuchino.

De principio sintió como un alivio el encontrarse en altas horas de la noche con alguien, por eso Carlos Alberto procedió a botar a un lado la cerilla con que prendió su cigarrillo y caminó un poco más rápido para el encuentro con ese alguien. Ese alguien comenzó a aparecer y desaparecer del panorama conventual del templo, situación que intranquilizó a Carlos Alberto. ¿Quién podría ser, que a manera de fantasma aparecía y desaparecía por entre las sombras de la distante penumbra?. Sin darse cuenta tenía el cigarrillo apretado entre sus labios. Su corazón palpitaba aceleradamente. Sus ojos fijos en un sitial de la penumbra y las manos sudando sin saber porqué.
Carlos Alberto creyó observar con precisión la singular silueta y quedó admirado con lo observado. No precisaba saber que había observado. ¿Era un hombre corpulento? ¿O, era acaso un fraile con su habitual habito de franciscano? La curiosidad pudo más que el temor y como si alguien lo empujara fue caminando hasta donde observaba la imprecisa figura.

Un sudor frío, con un nerviosismo expectante se apoderó de Carlos Alberto, quien de pronto paró su caminar y se encontró cara a cara con la singular figura. Se aterró, el temor ante lo inesperado hizo caer el cigarrillo de sus labios y una sequedad en la garganta amargó su boca cuando con ojos desorbitados pudo constatar que la figura humanoide que tenía frente a sí era la de un fraile, por el tradicional hábito que cubría su cuerpo, pero con una característica infernal: ¡No tenía cabeza, era descabezado y aún en la penumbra del sitio en mención podía observarse como daba la impresión de recién habérsela cortado por lo sangrante de su cuello!

Carlos Alberto no resistió un minuto más el horrendo espectáculo del «padre descabezado» y cuando pretendió huir sus piernas no le respondieron. Todo su cuerpo cayó pesadamente y perdió el sentido. Un pequeño hilo de agua amarillenta se comenzó a observar entre sus piernas que fue agrandándose y fetidez de olores nauseabundos se esparcieron por entre el lugar. Al día siguiente, cuando las puertas de la iglesia de Santiago se abrieron para dar paso a los feligreses, varias damas de velos y mantillas sobre sus cabezas observaron el cuerpo de un hombre que yacía tirado en medio de un charco de agua amarillenta, compenetrado con un ambiente donde se expandía fuertes olores que obligaban a los transeúntes a pasar de lado tapándose con pañuelos sus narices.




Terminada la misa, el tropel de la gente a la salida despertó a Carlos Albedo quien al observar como era mirado de reojo por parte de los transeúntes a su paso, se percató el estado lamentable en que se encontraba y cubriendo su cuerpo con el sobretodo caminó por entre la calle hasta perderse avergonzado sin atinar con precisión que había pasado la noche anterior de su aterradora desgracia.